lunes, marzo 03, 2008

Hoy empieza todo

Hubiera preferido

ser huérfano en la muerte,

que me faltaras tú,

allá,

en lo misterioso,

no aquí en lo conocido.

Haberme muerto antes

para sentir tu ausencia

en los aires difíciles.

Manuel Altolaquirre, “Soledades juntas”

Hasta que le conocí, nunca pensé que fuese diferente, que pudiese haber algo en mi que me diferenciase de la mayoría, de la gente que me rodeaba. Él despertó cosas en mí que yo no sabía que durmieran en mi interior, que no podía imaginar que tuviera dentro. Supongo que por eso todo fue tan complicado. Y a pesar del tiempo que ha pasado, de que nuestras vidas nos han cambiado tanto que seríamos incapaces de reconocer en nosotros a las personas que se conocieron hace diez años, todo sigue vivo.

El cómo llegamos a este punto no tiene importancia. Nos encontramos, nos conocimos, nos alejamos y, un día, dejamos de conocernos. Ahora, después de mucho tiempo y de grandes esfuerzos, somos los “perfectos desconocidos”.

Joel y yo nos vemos a menudo. Vivimos en un pequeño mundo muy endogámico, lleno de cosas que nos arrastran a coincidir con una frecuencia poco agradable.

Él cubre la agenda cultural de un periódico local y yo trabajo en el único teatro que hay en nuestra ciudad. Imposible no tropezarnos. Además, su primo está casado con mi mejor amiga y nuestros hijos van al mismo colegio.

Siempre que nos encontramos nos sonreímos desde una distancia prudencial y procuramos evitar tener que mantener cualquier conversación que supere el neutro y socorrido “hola”.

En realidad es todo un arte, lo hemos perfeccionado hasta hacer que nos parezca de lo más natural. Cuando estamos cerca el uno del otro nos escondemos, miramos el reloj con atención, controlamos el móvil con frecuencia, saludamos efusivamente a cualquiera que nos resulte remotamente familiar, cualquier cosa antes que enfrentarnos el uno al otro. Y así ha sido durante los últimos diez años.

Me pregunto con frecuencia si es feliz.

Es extraño que nos preocupe tanto la felicidad de los demás, casi como si fuese la medida para la nuestra, es una competición de infelices llevando sonrientes máscaras de Carnaval.

“si tú eres feliz, yo puedo serlo aún más”.

Supongo que por eso sigo casada con Claudio, porque Joel se separó de su mujer. Probablemente él tenga una vida...., yo tengo un matrimonio.

Cuando las cosas no me van bien, en secreto, siempre le culpo.

“Por lo que me hizo”, me digo a mi misma. En mi interior él es el responsable de todos los males de mi pequeño y caótico universo. Me aferro a un dolor que sufrí hace una década para no enfrentarme a lo que ahora tengo delante. Y así me siento un poco mejor, o por lo menos no tan asustada de lo que me rodea.

He acudido a las consultas de dos psicólogos buscando ayuda para superar todo aquello.

Eran muy diferentes, y ambos recomendados por amigas con “buenas intenciones” que me veían demasiado “afectada”. Supongo que en esos momentos estaba tan mal que hubiese ido a cualquier sitio donde me prometieran acabar con lo que estaba sintiendo. La primera era una mujer dura, disciplinada, convencida de que sólo tenía que aferrarme a mi realidad y olvidar las fantasías y los cuentos de hadas para recuperarme y volver a ser la que era, ya que consideraba que tenía una “dependencia malsana” del mito del príncipe azul. Nunca supe muy bien si es que no me entendía cuando le hablaba de lo que me ocurría o si era que, en realidad, no me escuchaba a mi sino a las teorías que rondaban en su cabeza. Me hizo escribir un diario en el que debía hablar de mi presente y no mencionar nunca a Joel, para hacerle desaparecer de mi vida cotidiana. No pasé de la tercera sesión.

El segundo era un señor encantador, que se negaba a retirarse a pesar de su edad. Me encantaba su despacho, lleno de cosas antiguas y fascinantes y libros con títulos que soy incapaz de recordar. Solía hacer que me sentara en su cómodo sofá, junto al que había una mesita en la que siempre había una caja de pañuelos de papel. Allí, me sentaba y hababa durante la hora de su tiempo que me pertenecía sobre mi historia con Joel, sobre el antes el durante y el después, sobre mis miedos y sobre mi miseria personal. Durante esa hora solo hablaba en primera persona. Y lloraba, eso sobretodo. Lloraba.

Después de seis meses de terapia y viendo que la cosa no mejoraba, decidí hacer caso a los consejos de mi madre, de mis amigas y de sus revistas para mujeres y me quedé embarazada.

Llamé a mi hijo Abel porque era corto y bonito. También porque era parecido al de Joel. La versión oficial fue que siempre me habían gustado los nombres bíblicos.

Desde que nació Abel, me prometí a mi misma que odiaría mi pasado, que odiaría a Joel con todas mis fuerzas, hasta que no fuese capaz de pensar en nada para evitarme el mal trago. El odio sería mi revulsivo. Y así podría querer a mi marido y a mi hijo de verdad.

Claudio es buena persona. Él sabe que tuve “algo” con Joel, hace tiempo, antes de conocerle, y que acabó mal, pero nunca ha querido saber más.

La mitad de las veces no entiende una palabra de lo que le digo, pero presta tanta atención y se esfuerza tanto por hacerme feliz, que no me puedo enfadar con él. Pero eso no impide que haya días en que no soporte compartir la cama con él.

A veces me gustaría poder gritarle, decirle que dimito, que alguien ha debido cometer algún error. Yo soñaba con una vida interesante, diferente, poco convencional. Soñaba con ser la clase de persona que es quien quiere ser, que no le pertenece a nadie y a la que nadie le pertenece. Nunca me dijeron que acabaría descongelando la cena, comprando yogures y llevando la ropa al tinte. Todo eso es lo que no quiero, le diría, ofréceme algo diferente y entonces, tal vez, me quede a tu lado.

Pero en cuanto grito todas esas cosas en mi cabeza, me siento tan culpable que no puedo evitar abrazarle y esforzarme por ser buena y encantadora con la familia que he formado.

Este año nos sentaron juntos en la fiesta de Navidad del colegio de nuestros hijos. A Joel y a mi.

Recuerdo que no podía relajarme, que estaba tan tensa que me dolió el cuello durante una semana. Me concentré tanto en no mirarle, en que nuestros cuerpos no se rozaran lo más mínimo, que no me enteré de nada de lo que pasaba en la representación de Abel.

Cuando acabó todo, me sentí tan culpable que llevé al niño a comprarle juguetes y a merendar. Tenía que compensarle por no haber sido la clase de madre que se olvida de su pasado cuando su hijo está actuando.

Después, por la noche, cuando Claudio apagó la televisión y nos fuimos a dormir, lloré porque Joel no me había mirado, porque le echaba de menos y porque su indiferencia hacia mi persona me seguía haciendo daño. Lloré porque se casó con otra y yo tuve que casarme con otro, lloré porque me iba a pasar el resto de mi vida compensando a mi marido y a mi hijo porque iba a querer salir corriendo tras él cada vez que le viese.

Y volví a ser la loca obsesionada con un recuerdo que era tan lejano, tan parte del pasado, que ya ni existía.

Ayer fue el cumpleaños de Mateo, el hijo de Joel.

Normalmente siempre es Clara, su ex, la que se encarga de celebrarlo. Clara solía ser amiga mía, pero eso también fue en otra vida.

Este año no sé lo que ha pasado, pero mi hijo me dijo que la fiesta era en casa del padre del niño. Y tuve que salir corriendo al cuarto de baño a devolver. Supongo que tuve un ataque de pánico. A veces tengo la sensación de vivir en una mala película americana.

A pesar de saber la dirección de su casa perfectamente, me perdí dos veces, lo que provocó el mal humor de Abel, demasiado parecido a su madre como para saberse controlar ante los imprevistos. Nunca nos ha gustado demasiado que algo se escape a nuestro control.

Cuando finalmente llegamos, tiró de mi hasta que no tuve más remedio que separarme del coche y andar hasta la puerta.

Estaba tan nerviosa, tan aterrada, que cuando me abrieron la puerta unos niños con sombreros de vaqueros no pude evitar una carcajada histérica que hizo que todo el mundo se girase para mirarme.

Mi amiga Lola, la que está casada con el primo de Joel, se acercó y me cogió del brazo mientras me susurraba entre risas que esperaba que no me hubiese emborrachado sin ella.

El resto de la tarde apenas soy capaz de recordarlo.

Por lo que me ha contado Abel, pasé casi todo el tiempo jugando con los niños y hablando con Lola.

Yo solo recuerdo que, cuando me vio, levantó el vaso y me sonrió para saludarme. Después, volvimos a jugar a lo de siempre, a fingir que no estábamos en el mismo sitio. Nos evitamos hasta volvernos invisibles.

Después de que Mateo soplase las velas, los niños se pusieron a jugar y saltar y organizar jaleo, así que aproveché para escaparme al balcón. Tenía la sensación de que en ningún sitio había aire suficiente como para llenar mis pulmones.

Y entonces pensé que no había podido respirar profundamente desde que él se fue de mi lado.

Él se llevó mi aire..., o tal vez se lo había dado yo para que se lo llevara.

Le echaba tanto de menos, me hacía tanta falta y de tantas maneras que no creía estar viva. Porque, pensé, ¿cómo se puede vivir si te falta lo único que te hace sentirte vivo?. Y, como en todas las conversaciones que mantengo conmigo misma, encontré una respuesta: porque no se vive, se sobrevive.

Mientras buscaba un pañuelo para secarme las lágrimas, vi unas piernas tras unas sillas de mimbre apiladas, me asomé y vi a Joel fumando un cigarro. Le sonreí ligeramente y me sequé con la manga de la camiseta, mientras me daba prisa en arreglarme la ropa para entrar en la casa. Él se acercó a mi y me cogió el brazo, me atrajo hasta él y apoyó la cabeza sobre mi hombro. Todo era tan familiar, tan normal, que aún horas después me sigue sorprendiendo. Cogió mi mano y entrelazamos los dedos, que aún encajaban perfectamente y me dijo:”Joder, Celia, ¿cómo puedo llevar diez años echándote de menos?”.

No hubo respuesta. No era capaz de hablar. Solo quería cerrar los ojos para no despertarme nunca, en caso de que fuera un sueño.

Cuando su primo abrió la puerta y nos vio, no dijo nada, solo sonrió y le hizo una señal para que entrara. Joel le devolvió la sonrisa y me acercó aún más a él. Su primo me guiñó un ojo.

Tal vez los demás sepan más de nosotros de lo que pensamos. Tal vez haya gente que sepa interpretar los silencios entre los “perfectos desconocidos”, pues eso éramos hasta ayer. Hoy..., hoy empieza todo.

6 comentarios:

Jose B. Fernández dijo...

Tía, lo has colgado. No sabes cuánto me alegra que te hayas decidido a compartir esta historia con todos, más allá de los habituales de mi parroquia. Precisamente el día que he colgado una historia que sé que va a cambiar la historia. P también ha conseguido algo importante y bueno este día. Hoy es el primer día de una nueva etapa en nuestras vidas.

Unknown dijo...

Eso me suena... jejejejeje!

J, tendré que buscar también tu blog, a ver k tal! que promete...

Jose B. Fernández dijo...

Hola! Oye, quería decir tu parroquía, no la mía. Ya sabes, el calentón del momento. Fran, siempre serás bienvenido a estos humildes dominios de mi reino. Te esperooo.

vanessawhitter dijo...

Graciaaaaas!!!, me da una vergüenza importante este relato,pero más me vale ir perdiéndola,no???

MARTA dijo...

Pues sí, más te vale, a no ser que quieras que cierta persona cumpla su amenaza coja todos tus estupendos relatos e historias y los publique, para que veas que no es amor de hermana, que es porque NENA, TÚ LO VALES!!... (y además, escribes de p.m.),sigue compartiendo esas historias cojonudas con la gente que aún las desconoce..te lo agradecerán

P.D.Se me olvidaba.... " Vane gamberra...si?"..." Vane guerrera!!!!"...mua

Jose B. Fernández dijo...

Hola!
Comparto ppinión con Marta. Escribes como sólo escriben las personas bendecidas con la magia de las palabras. Así que vete creyéndotelo y pierde la vergüenza porque las escritoras teneis la magia de de crear vida, con personajes y situaciones. Si te lo crees y dejas que salga... llegarás a todo el mundo. Y hay un mundo bien grande y bien hermoso con gente más allá de los habituales de tu parroquia.

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