lunes, febrero 09, 2009

Ángela

Era un hada pequeñita. Apenas sobresalía en las reuniones de hadas, todas tan altas, rubias y con alas relucientes, y solían mirarla con gesto altivo. Nunca le importó. Ella era feliz con sus alas diminutas, su rebelde pelo castaño y sus ojos capaces de inspirar un amor infinito. Era un hada de corazón puro.
Un día, mientras la pequeña hada paseaba por su oscura ciudad, iluminando cada baldosa que sus pies acariciaban, se tropezó con la chica de la miraba triste. Ángela, nuestra hada, la miró y le sonrió. La chica no pudo evitar fijarse en ella. Algo cálido y desconocido se despertó en ella. Algo que una vez conoció, pero que apenas recordaba. La chica se paró y la miró fijamente. Ángela continuó sonriendo. Tendió su mano hacia ella y esperó. Sabía que la confianza no es algo que nazca de forma repentina, y menos en alguien con una mirada llena de un dolor más antiguo que el tiempo. La chica dudó, recordando traiciones, dudas, miedos y rencores provenientes de una vida demasiado real como para ser agradable. Pero había algo en esa sonrisa, algo en la belleza indescriptible de Ángela que la invitaba a volver a sentirse humana, a dejarse llevar, a dejarse querer. Así que, con el miedo aún aferrado al borde de su estómago, estiró el brazo y alargó la mano. Cogió la de Ángela y se dejó llevar. Y el hada hizo aquello que hacía como nadie. Devolvió la vida a un corazón moribundo, hizo que la esperanza que había estado escondida en su cómodo rincón, en ese hogar al que llamaban pesimismo, volviera a salir a pasear, a jugar por las venas de un cuerpo triste y apagado.
Anduvieron juntas, por los bordes de la realidad y el sueño. Rieron, cantaron y dejaron que la Vida volviera a seguir su curso. La Nada las miraba, furiosa, sabiendo que un hada pequeña y de aspecto inofensivo le había ganado la partida. A la chica no le importó. En esos momentos se sentía parte de Todo y allí se encontraba bien. No había tiempo, los relojes no daban horas. Solo estaban el hada, la chica y un mundo esperando a ser descubierto.
Después de un rato que ninguna de las dos fue capaz de medir, el corazón del hada la avisó. Su avión saldría en un rato y ella debía ir en él. Las demás hadas la miraron, desde su rincón solitario, desprovisto de chicas de mirada triste agradecidas hasta el infinito, y sintieron que entendían la lección. Tender una mano, esbozar una sonrisa, hacer latir un corazón parado…ese era el verdadero poder de aquel hada diminuta de belleza indescriptible y ternura infinita.
La chica abrazó con fuerza al hada, sacó brilló a sus alas, para que nadie volviese a ignorarlas y le sonrió. Se miraron y se lo dijeron todo sin hablar. El hada subió a su avión, dispuesta a empezar una nueva aventura, a resucitar más corazones, a iluminar nuevas calles oscuras, y la chica supo que esa luz que ella había encendido en su corazón duraría para siempre.

1 comentario:

Chapellina dijo...

Que bella historia. Vane tú eres un hada. Felices días.

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