viernes, noviembre 23, 2007

Placebo

El médico se quitó los guantes y, sin dejar de sonreírle, los tiró a la papelera.

Ricardo se removió nervioso en la camilla. Siempre le había puesto nervioso la posibilidad de estar enfermo, aunque lograba controlar el miedo al asegurarse que solo era la hipocondría de la que todo ser humano es esclavo en una era de descubrimiento de virus y enfermedades extrañas.

Tras escribir unos garabatos en su libreta de impecables tapas de cuero, el doctor miró a Ricardo y le habló.

“Ricardo, quédate tranquilo. No te pasa nada...”

“¿Seguro?...Pero...y entonces, ¿los dolores en el pecho, la falta de aliento, esa opresión en la boca del estómago?...”

“Nada, nada...son solo síntomas del mal de nuestro tiempo”

“¿Estrés?”

“Si, claro, eso también. Pero no, es algo mucho más habitual. Querido Ricardo, no me mires así, es simple. Tu problema es que te estás quedado sin corazón”

“¡Pero eso es imposible!”

“No, no lo es. A todos nos pasa. Llega un momento en el que no lo necesitamos, así que, desaparece. Te molestará un par de semanas, pero luego pasará y te encontrarás fenomenal”

Ricardo bajó de la camilla, nervioso, inquieto, sin entender lo que el médico que le atendía desde niño, el que conocía su historial a la perfección, le estaba diciendo.

“¿Y qué me ocurrirá después?”

“Nada, hombre, nada. Se acabó lo de sentir, pero verás qué bien te encuentras”

“¿Usted ya...?”

“Si, si, hace años. Y lo agradezco, créeme. Era horrible preocuparme por todo, sentirme tan mal cada vez que daba una mala noticia a un paciente, o cuando alguno fallecía. Si no hubiese sido por haber perdido el corazón, ¿crees que hubiese superado que mi mujer me dejase o que mis hijas se nieguen a verme?. Nada, nada...así es como mejor se está.”

“No lo entiendo, doctor, de verdad. No sé cómo ha podido pasarme a mi....”

“Ah, amigo mío, como a todos....¿cuándo fue la última vez que te permitiste sentir algo? No sé,....reírte de una risa contagiosa, perderte en los ojos de otra persona, mirar a un bebé y fantasear con los tuyos, abrazar a alguien sólo para demostrar que le quieres...Esas cosas pequeñas que no hacen sino distraerte de lo verdaderamente importante...Piensa, Ricardo, que nuestro cuerpo es sabio...¿para qué mantener un órgano que ya no tiene función alguna?, pues lo elimina...

“Doctor . sea sincero, ¿se puede hacer algo para evitarlo”

Ricardo iba a vomitar, estaba mareado, le temblaban las rodillas, la cabeza le daba vueltas y, aunque se encontraba realmente mal, no se quejó, una parte de él, una vocecilla que llevaba demasiado tiempo callada, le decía que eso era bueno. Estaba sintiendo pánico.

El médico le miró confuso. Nunca nadie le había hecho esa pregunta. Generalmente, librarse del corazón, de los molestos sentimientos (ira, miedo, frustración, pena, dolor, vergüenza...)era algo que llenaba de alivio a sus pacientes. Pero estaba claro que Ricardo siempre había sido un tipo raro.

“No lo sé, Ricardo. Supongo que si te dejas llevar, si te concentras en algún sentimiento que aún esté latente...”

“si, eso puedo hacerlo”

“¿En serio?”

“Si, doctor, verá....¡¡¡estoy apunto de tener un ataque de pánico!!!”

Ricardo salió de la consulta una hora más tarde. Se había negado a que le dieran ningún tipo de medicación, así que ahora estaba hecho polvo. Pero eso era bueno. Se sentía (si, exacto, SENTÍA) aterrorizado ante la posibilidad de perder sus emociones, de convertirse en un autómata, de no volver a estar emocionado, feliz, triste, deprimido, extasiado, sorprendido, enfadado y un millón de cosas más...Así que corrió hasta su casa, poseído por una energía que no recordaba tener dentro, llamó a sus padres y hermanos, solo para saludarlos, sin que fuera una fecha especial, quedó con sus amigos para comer al día siguiente, le preparó una cena a su novia y, después, vieron juntos una película triste y cursi que casi le hizo llorar. Pero estaba seguro de algo: si no quería perder su corazón, más le valía tenerlo ocupado.

Cuando Ricardo por fin se marchó de su despacho, el médico volvió a sentarse y, sonriendo, marcó un número.

“Hola cariño. Si, acabo de terminar...¡no sabes que tarde!, ha venido Ricardo, el hijo de Joaquín y Laura. Si, estaba bien. No, no le pasaba nada...era otro de estos jóvenes de hoy con mucho trabajo y poco tiempo libre. Eso, es: estrés. Pero como es tan aprensivo, he decidido que no me hacía falta medicarle de verdad...Ya sabes como es, que por una jaqueca cree que tiene un tumor...Pues si, le he dado un placebo...Pero por su cara yo diría que le va a hacer efecto durante mucho tiempo....”

3 comentarios:

Jose B. Fernández dijo...

¡Díos, qué triste llegar al extremo de que tu corazón deje de funcionar por no prestarle atención! Es verdad que tal y como está el mundo donde está tan mal visto mostrar sentimientos, alegrías, penas y que puede ser usado en tu contra además (como aquella obra de Mario Camus donde el protagonista era juzgado más que por el crimen que cometió por no llorar en la muerte de su madre. Es una novela pero que por el camino que vamos...) e incluso hacerte menos persona por eso. Es insultante que los que mostramos y hacemos las cosas con el corazón en la mano estemos en peligro de extinción, pero mientras me quede una partícula de aire en el cuerpo las seguiré haciendo con el corazón y con el alma. Me ha dejado muy intranquilo tu relato V porque eso sí que da miedo el que te puedan anular como persona por expresar este u otro sentimiento. Por cierto, ¡ESCRIBE UNA NOVELA YA LECHES! Besos.
PD: Bienvenida a mi space, me ha hecho mucha ilusión y te agradezco con el alma y el corazón tus palabras. Y bien orgulloso y contento de proclamar que lo hago con el corazón.

Jose B. Fernández dijo...

Por cierto. fe de erratas. No era Mario Camus, sino Albert Camus y el libro, recomendadísimo, es el "El Extranjero". Aclarado.

vanessawhitter dijo...

No te preocupes, si alguien pone su corazón como bandera, ese eres tú!!, incluso haces que el mío funcione un poco mejor..
Me haces ser tan rematadamente cursi....(leáse con un guiño y una de mis mejores sonrisas de mala persona)

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